martes, 11 de octubre de 2016

El macrismo y la “pobreza cero”, los Ceos a la izquierda.

No se trata acá del fácil recurso de demostrar la hipocresía del discurso de la banda gobernante. De eso se encarga la propia realidad y el politiquerismo y burocratismo sindical baratos.
Tampoco de denunciar el “sinceramiento” de los números del Indec como método extorsivo. Terrorismo preventivo de los números para disciplinar por el miedo.

Pobreza cero, hambre cero, colesterol cero, azúcar cero…Sintagmas inoperantes y engañosos. Muchos ceros. Y muchos Ceos copiando la consigna que llevó a Lula al poder, cuando parecía estar a la izquierda. Eslogan que copió primero la FAO, y luego toda la ONU a través de las declaraciones inopias del Programa de Desarrollo (PUND) hasta la Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible, con el apoyo del Banco Mundial, el FMI y todos los organismos intergubernamentales de crédito. Los mismos que se encargan de legalizar las estrategias del Estado Mayor del capitalismo financiero que hunde naciones entera en el hambre, la pobreza, la desnutrición y la desigualdad. En una muestra de hipocresía mayor, en escala global.

Es una cuestión ideológica, de clase. Si la pobreza fuese igual a cero, si no hubiera pobreza no habría capitalismo. La pobreza es el supuesto lógico y el punto de partida histórico del capitalismo. El capital, en cualquiera de sus sectores y formas, requiere, y por eso reproduce, pobres. Aunque tengan automóviles o sean propietarios de viviendas, como prometió Bush a los norteamericanos para que endeudándose en las famosas hipotecas subprime, que fueron el gran negocio de los bancos a cuyo salvataje debieron contribuir los mismos que habían mandado al matadero.

Los pobres no se pueden cuantificar sólo por los bienes y los ingresos, pobre son todos aquéllos que, o están obligados a trabajar para otros que así se apropian de su trabajo o quedan excluidos de la obligación. Al margen no solamente del consumo sino de los vínculos sociales.
Medida por los bienes o los ingresos la pobreza bajó en América Latina, así lo constata la CEPAL. Pero los bienes que adquieren los pobres en su mayoría son bienes de consumo. Inmediato o diferido. Bienes destinados a desaparecer un poco antes o un poco después.   

Poco le interesa al capitalismo la cantidad de hambre o de pobreza mientras haya ganancia. La pobreza decreciente en nuestro continente, el consumismo de las nuevas clases cuasi medias, no fue producto del derrame. Fue el negocio de hacer consumir y endeudarse permitido y auspiciado por el negocio financiero de los commodities. Para lo cual tan poco les importó la alimentación y la salud de los habitantes que sus negocios aparejaron la deforestación de millones de hectáreas y expulsión de millones de campesinos hacia las villas miseria y las favelas de las grandes urbes. Mientras para esos negocios se degradó la tierra cultivable con el monocultivo de lo que mejor sirviera como commoditie, ya sea por la erosión, el agotamiento de la fertilidad de los suelos o la proliferación de las malezas testarudas y plagas que resisten al glifosato o cuanto herbicida, fungicida o insecticida nos encajen. Los laboratorios asociados a las grandes cadenas globales de valor a las que tanto les da la alimentación o la desnutrición o malnutrición que, en América Latina, vez de bajar crecen, como el destino de cultivos al etanol o el biodiesel, cuando el petróleo no es negocio. Eso sí, al amparo presunto de los combustibles no contaminantes. Parece que es una muerte de mejor calidad la producida por el hambre que la producida por el smog. El calentamiento global da para todo, lo que sea ganancia, sobre todo si es financiera.

Pero el ya no tan acelerado decrecimiento de la pobreza medida en bienes de consumo frente a la magnitud de apropiación y la desposesión, pone el tema de la desigualdad sobre la mesa. Para los sectores más lúcidos, ésta atenta contra la democracia. Cuando en realidad lo que atenta de lo poco que hay de ella es el poder difuso y global de los grandes grupos capitalistas, que deciden hasta quién gobierna,  a través del chantaje de las inversiones y, si éste no funciona del todo, la corrupción.
El problema es entonces con la gobernabilidad, no con la democracia. Es una cuestión ideológica. Detrás de eslóganes que antes sólo levantaba la izquierda, pobreza, indigencia, hambre, exclusión, la cuestión es que la desigualdad (extrema, dicen) es un peligro para la dominación. En todos sus sentidos, económico, cultural, ideológico y, sobre todo, político. Porque se trata de las decisiones que afectan a grandes grupos humanos. No sea que los gobernados, los dominados, los subordinados, se encabriten.


Edgardo Logiudice
A 28 de setiembre de 2016.
Día de mis ochenta años y de la fundación de la Primera Internacional.
           



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